Cruzaste ese río que no tiene orillas,
luchaste con prisa contra la corriente
que arrastra los sueños en las noches frías,
buscaste una luna de cuarto creciente
que encendiera luces y cerrase heridas.
Pero el miedo triste de la madrugada
apagó los ojos de la vida nueva
y escondió en la niebla esas dos miradas
que se helaron juntas en riberas muertas,
bañadas en sombras de sueños de plata.
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