En los jardines profundos
de un otoño sin memoria
duerme una rosa de nácar,
olvidada por la aurora.
Es una flor que se apaga
en el silencio del miedo,
una flor triste y callada,
que reposa entre las sombras.
No recuerda su futuro
ni el esplendor de su gloria,
pero sabe que fue blanca,
despiadada y orgullosa.
Tuvo reflejos de plata
cuando no pesaba el tiempo,
creyéndose que volaba
sobre la brisa y el alba.
Hoy sus pétalos abrazan
la soledad perezosa,
al calor de una mañana
que susurra que fue hermosa.