Un caminante soñaba
que su sendero era un río,
que en vez de tierra tenía
agua clara, que alegraba
la amargura del camino;
que el polvo de sus pisadas
salpicaba la ribera
y que sus huellas flotaban
sobre un espejo encendido.
Pero sus pasos sentían
la sequedad del olvido,
de un olvido que lloraba
con seco llanto de arena
lo triste de su destino.
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