Me ofreciste aquella fruta,
como si fueras el árbol
de los jardines de Eva...
ese que otorga la vida
y envenena la conciencia.
Tú sabías que esa fruta
era una fruta prohibida,
que te roba la inocencia
y te encadena a la rueda
de la esclavitud eterna.
Tú sabías que su aroma
hace la noche más negra,
acaba con la templanza
y deshoja la paciencia
de la voluntad enferma.
¡Y pensar que solo era
una promesa vacía,
disfrazada de esperanza,
con un sabor de manzana
y corazón de mentiras!
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