Como bien dijo Pessoa,
el poeta es fingidor.
Y finge, con verbo intenso,
un dolor que es dulce verso
para el ocioso lector,
mientras inventa que siente
otro dolor, aún más fuerte
que el escondido en la prosa,
vulgar, gris y perezosa,
grabada en su corazón.
Y, libre, surge un poema,
ardoroso, bello y triste,
para cantar a una pena
que, en realidad, solo existe
sobre el cáliz de una flor.
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