Fue tan dulce la tristeza
que el otoño llegó tarde,
sembrando el dolor de estrellas
para que al fin, lentamente,
la noche se hiciera grande
y las sospechas certezas.
El olvido creció fuerte
bajo las ramas desnudas
del silencio y de la fiebre,
entre paredes cubiertas
por la sombra de una duda
que se quedó para siempre.
Y la soledad espera,
con su brisa amarga y leve,
a que los sueños escapen
de esa casa que ya duerme,
sin amor ni primavera,
sobre la seda y la muerte.
Fotografía: José Luis López Moral.
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