Hubo un tiempo en que la aurora
despuntaba cada tarde.
Era un tiempo dulce y blanco,
con aromas de canela.
Un tiempo en el que mis ojos
volaban sobre las dunas,
entre sueños y azucenas.
Recuerdo que aquellas dunas
reflejaban siete estrellas
y que, en sus valles de seda,
el espejo de la luna
deslizaba su mirada
por las dos suaves colinas,
bautizadas con la espuma
de una fuente, ya olvidada,
bajo un cielo azul y plata.
Pero los sueños se apagan
cuando las dudas invaden
los montes y las veredas,
aunque aquéllos sean de Venus
y los senderos acaben
escondidos en la hiedra
florecida tras las sombras
que acarician sus laderas.
Las tardes se hicieron noches,
mis ilusiones, arena...
y las estrellas, clavadas
en un desierto de cobre,
dormido y sin esperanza,
han convertido en condena
las soledades del alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario