jueves, 26 de enero de 2012
Sintra
Esas ramas portuguesas,
empapadas en nostalgia,
no eran plantas, sino rejas
de futuras maldiciones
que se volvieron prisiones
tan verdes como las hojas,
dormidas y perezosas
sobre la antigua vereda,
entre la neblina espesa.
La luna en cuarto creciente,
tu amor perdido en un sueño
de una tarde de jardines
y una mañana sin rosas.
Son once eneros los muertos
desde aquellos viejos muros
en los que llora la hiedra
y la luz nunca te encuentra.
Cuando las nubes se alejan
de los flecos de la historia,
mis ojos ya se desangran
en una herida incolora
que brota desde mi alma
y en el recuerdo se ahoga.
El palacio se hizo celda
y el castillo caracola
para trepar al olvido
y morir entre amapolas.
Pero allí, bajo la sombra,
nada me asusta o me inquieta
porque la llave que cierra
lo que la esperanza toca
es inútil carcelera
para enterrar la memoria
del invierno que te aleja
de los besos de mi boca.
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