Tras la niebla de la nada
se despereza la luna,
entre desdenes y olvidos
pintados sobre aquel lienzo
en el que el sueño ha perdido
lo que tu noche esperaba.
Las pequeñas flores blancas
que dibujan el camino
han nacido, sin quererlo,
al arrullo de un rocío
que amaneció con la aurora
a la vera del destino.
Pero la tarde es más larga
bajo el cariño fingido
de ese amor que estaba muerto
antes de haber florecido.
Por eso la luna pasa...
y mi dolor está vivo.
Fotografía de María Luisa Fernández Rueda
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